jueves, 9 de junio de 2011

¡Atención, no nos tengan miedo! – Guillermo J. L. Fernández Laborda

A los habitantes de la República Argentina: los medios comunicacionales nos creen enemigos de la población de la República. Como si nosotros no fuésemos ciudadanos argentinos y naturales. Para los medios somos el enemigo. Los medios imponen un estado de belicosidad interna. 20 años de penosa impunidad para los ladrones de guante blanco, llámense políticos, industriales proveedores del Estado, Directores de Transnacionales, Gerentes generales de Financieras-Bancarias, Sectores Judiciales e Institucionales, cipayaje que frena el sentido de desarrollo de identidad nacional.

La avalancha de acontecimientos tanto internacionales como domésticos que acaparan nuestra atención, empezando por ese monstruo de manipulación mediática que es la prensa oral y escrita, junto a los medios audiovisuales, los que tomando la incidencia diaria de casos judiciales, hasta la irrupción de triunfos deportivos, El Sector Dominante del Sistema, nos satura y manipula subliminalmente haciéndonos olvidar muy fácilmente acontecimientos y conmemoraciones cuyo peso moral y social merece un obligado recuerdo, para no olvidar quiénes en las sombras ejercen y ejercieron los poderes fácticos en la Argentina. Los años 90, como sabemos, fueron terribles para la población trabajadora y provocaron la pérdida de identidad de la mayoría del pueblo trabajador, representante de un movimiento enraizado en el imaginario popular, el peronismo. Un agente neoliberal enquistado dentro de él rompió esa identidad, el menemismo. En dichos años 90, la crisis se desató en todos los sectores que representaban el Estado de Bienestar instaurado por el Gral. Perón en los años de su primer gobierno del 46 al 52 del siglo pasado. La Universidad fue considerada un enemigo político por el menemismo, primero la ahogó presupuestariamente, luego le quiso imponer una reforma atroz y finalmente intentó arancelarla. En esos años, la Universidad afrontó una doble crisis; por un lado, la crisis institucional producto de los embates neoliberales de los que sólo pudo resistir sin articular ninguna contraofensiva y, por otro, la crisis de sentido en la que estaba inmersa la sociedad argentina como resultado de un espejismo económico que lentamente se tornaba árido desierto, la corrupción generalizada, el desempleo reinante y las instituciones desvastadas. Paradójicamente, mientras el país se degradaba, el menemismo creaba una nueva cultura y la sociedad argentina viraba violentamente a la derecha. Voceros casi oficiales del menemismo –como Radio 10 y Canal 9– hostigaban desde los diversos programas a la Universidad sobre la base de argumentos falaces: la finalidad era privatizar la universidad.

Por otro lado, en los años 90 la sensación de inseguridad frente al desempleo reinante iba creciendo, crónicas interminables aparecían en los noticieros diciendo que la inseguridad se había transformado en un problema mayúsculo así, en vez de exigirle explicaciones al gobierno de por qué nos había sumido a todos en la pobreza, cada vez se le exigían más explicaciones a La Universidad sobre por qué encaraba tales o cuales planes de estudio.


LA CÁRCEL

Desde la óptica espacial, la cárcel es un lugar cerrado a donde se entra bajo estrictas normas de seguridad y control, donde se vigila todo lo que ingresa y desde su misma configuración todo el espacio remite a la idea de enclaustramiento. Lo que fue en su origen un lugar de medicación, deflexión y símbolo de búsqueda de la verdad y la virtud –el claustro­– se convierte, siendo cárcel, en lugar de servicio, humillación, analogía del infierno. No debemos soslayar que, también en muchos casos y otros tiempos, los claustros fueron, además, lugares de exclusión y castigo de “rebeldes” e “indeseables”.

La cárcel como institución de encierro es el arquetipo del fracaso de la sociedad en el establecimiento de condiciones mínimas de re-socialización y/o rehabilitación de los detenidos. Así, las cárceles han llegado a ser, por lo menos en nuestro país, los receptáculos de la miseria humana, verdaderas universidades del delito en momentos en que los responsables de graves latrocinios contra el patrimonio nacional gozan de la mayor impunidad. Es de constatación cierta el hecho de que, por ejemplo, los guardias del Servicio Penitenciario Federal sólo “administran” los perímetros de los lugares de reclusión.

En caso de crisis, los guardias entrarán armados y a los golpes, gritos y disparos, para abortar cualquier manifestación de resistencia. La reincidencia es un testimonio del fracaso al que se aludía más arriba. El porcentaje de “circulantes” entre la calle y la cárcel resulta revelador en sí mismo de la inutilidad para contener la comisión de delitos.

La vida en la cárcel supone un cálculo estricto y maximizado de costo-beneficio. Los internos se colocan comúnmente en la columna del “acreedor”, y esta situación los hace intolerantes, agresivos, calculadores y, fácilmente, si no lo son con anterioridad, ingresan en el cuadro de la psicopatía. La lógica del encierro supone el uso permanente de la fuerza y la negociación.

La posibilidad de cursar estudios universitarios en la cárcel ha constituido un campo inédito de circulación del saber que cambió las reglas de juego entre todos los implicados en este proyecto, desde los detenidos, sus abogados, familiares y amigos, hasta las autoridades, jefes y guardias de los Sistemas Judicial y Penitenciario Federal. La posibilidad de tener palabra, de conocer y poder manejar los derechos que le asisten, de ahondar en la propia historia y la de la sociedad en la que viven, ¿o sobreviven?; crea un terreno impensado de trabajo, de ocupación y uso del tiempo libre en formas nuevas y creativas allí donde la vida se sucedía entre sueños de fuga, drogas, peleas y abusos de unos sobre otros. La posibilidad de estudiar revierte, en el imaginario del alumno en la cárcel, la situación de “exclusión” (encierro) por la que pasa a ser “incluido” en la vida cotidiana de La Facultad: clases con frecuencia semanal o quincenal, posibilidad de consulta con docentes, anudamiento de relaciones con sus compañeros de estudio a partir de la necesidad de preparar los trabajos, parciales, etc. Estamos frente a un verdadero proceso de re-socialización en un espacio que, generado como ámbito académico, ha ido mostrando efectos derivados de una envergadura y alcance no calculados. En relación con esto último, es conocido en Sociologia el concepto de:

“Las consecuencias no intencionales de la acción”.

Gilles Ferry elabora el concepto de formación en el cual puntualiza el hecho de que: “Uno se forma a sí mismo, pero uno se forma sólo por mediación”. En este sentido es que destacamos el papel que juega La Universidad como agente de mediación en el proceso de resocialización que se lleva a cabo en los establecimientos carcelarios.

El desafío de una “contra-institución” –así denominamos a la institución Universidad “dentro” de la institución Cárcel– produce reacciones violentas (abiertas o solapadas) pues se realiza a través de aquella una verdadera puesta al desnudo de los des-propósitos de la institución original. Por lo que todo el sistema de control y represión se exacerba al registrar la amenaza de desenmascaramiento; así se aumentan las prohibiciones, se entorpecen las diversas gestiones, se incrementa el precio de los encargos, se dificultan los ingresos de mercaderías que proveen las familias, el ingreso de visitas y tantos ejemplos más. La resocialización es una vía hacia delante, no se puede volver atrás. Los nuevos conocimiento, los logros adquiridos con el esfuerzo de la concentración y la perseverancia, el lenguaje que ahora permite un intercambio de ideas cuando antes se intercambiaban tiros, gritos y droga, la familia en tantos casos sorprendida y aliviada, todo remite a una nueva conciencia, sobre todo a una conciencia impregnada de libertad. El giro temporal que se lleva a cabo en los estudiantes-internos supone la estructuración de un “tiempo” cualitativamente diferente tanto en lo interno de los sujetos como en la circulación y clima en los centros universitarios dentro de las cárceles. El futuro es valorado en tanto posibilidad de logro de una meta superior, de otro orden, de otra cualidad. Se abandona el mito de pertenecer a una suerte de especie irrecuperable. Se es poseedor de la capacidad de esperar, de demorar la satisfacción de los impulsos, de ordenar los esfuerzos para conseguir un fin; es posible ser generoso, sentirse más intensamente humano. Y también darse cuenta de que, si bien se está privado de la libre circulación, no se lo está de todos los derechos. Finalmente, digamos que no se está presentando una realidad idílica; lejos de eso. Los obstáculos que deben superar los aspirantes a estudiar en la cárcel ponen a prueba muchas voluntades, pues no es sencillo acceder a la posibilidad de abandonar durante todo el día el pabellón, donde todos están “vigilados”, para ir a. . . “estudiar”.

Guillermo – Estudiante de Sociología

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